miércoles, 9 de noviembre de 2016

Lucha contra los trastornos alimenticios: Esos Pantalones

El  30 de noviembre es el día internacional de la lucha contra los trastornos alimenticios, el año pasado escribí un post sobre ellos y sobre mi experiencia que tuvo muy buena acogida, y para mí fue muy terapéutico, este año escribiré un post cada miércoles del mes hablando sobre mi experiencia con diversos temas relacionados con los trastornos alimenticios.
Para empezar hoy os cuento que creo que voy en la buena dirección, después de muchos años intentando no volver a caer en el trastorno (es una lucha continua) creo que hay indicios de que voy por buen camino, y es que he superado un peldaño que para mí parecía toda una escalera y por fin me he desechos de esos pantalones.

Esos pantalones era una prueba irrefutable de que en algún momento había tenido un problema con mi cuerpo, en concreto eran tres pantalones, de distintas marcas que estaban en el fondo de mi armario, guardados entre ropa que ya no utilizo y la ropa de ocasiones especiales que solo me he puesto una vez. Al sacarlos hace unos meses me di cuenta que algunos de ellos tenían ya cinco o seis años, y ahí seguían para recordarme que quería entrar en ellos, y nunca había podido,  pero lo mejor será contar la historia desde el principio.

Me desarrollé tarde, bastante tardé de hecho, y además lo hice muy rápido, en unos meses los pantalones dejaron de valerme, tenía 16 años y estaba en primero de bachillerato, mi cuerpo delgado empezó a transformarse en cuerpo curvilíneo parecido al que tengo hoy y mientras el cambiaba, yo lo iba odiando poco a poco, de esa forma abandone mi talla 36 y sin darme cuenta empecé a tener una 40, y aquel número se convirtió en mi peor enemigo, durante años mientras cada día el trastorno se iba apoderando de una parte de mi vida, mi obsesión con entrar en la 36 se volvió casi enfermiza y me llevo  a comer lo mínimo indispensable para sobrevivir y en el peor de los casos a directamente a no comer, puse en riesgo mi salud, me asusté cuando los desmayos y los mareos hicieron su presencia, trabajé mucho y conseguí salir de ese momento crítico, sin embargo, a pesar de que comía y que sabía  el juego tan peligroso al que había jugado, no estaba curada, y esos pantalones eran un signo tangible de que así era.

Los pantalones eran de la talla que llevaba en el  momento en el que empezaron a  formar parte de mi armario, sin embargo, jamás entré en ellos o si lo hice fue en contadas ocasiones ¿Por qué los guardaba? Porque inconscientemente esperaba que algún día me valieran  ¿Si eran mi talla porque no podía entrar? Yo misma sabía que eran un billete a un abismo que ya había visitado pero por otro lado, que desaparecieran de mi vida me llevaba a un punto  desconocido para mi, el de aprender a aceptarme, no porque esté más gorda o más delgada, sino porque el odio hacia mi cuerpo era aún más hondo, detestaba su forma y eso es algo que no iba a poder cambiar ni aunque dejase de comer.


Aceptarme ha sido un camino en el que cada día he dado  pasos pequeños pero firmes, pero deshacerme de estos pantalones ha sido lo más liberador que he hecho hasta ahora, ya no hay un signo inequívoco de que no me quiero cada vez que abro el armario.  Entiendo que haya gente que necesite bajar de peso por salud o gente que lo haga para sentirse mejor consigo misma y créeme en ese caso os entiendo mejor que nadie, pero esos pantalones en el armario a veces no ayudan a lograr esos objetivos, lo que hace es que sea un motivo de infelicidad, por muy escondido entre la ropa que este, es un recordatorio constante que de no nos gustamos, por eso decidí que  estos pasaran  a otra dueña que si los podrá llevar y me he prometido a mi misma que a  partir de ahora cuando me compre o me regalen una prenda que no me sirva iré directamente a cambiarla, ya no quiero nada que me recuerde que no me quiero solo me rodearé cosas que me recuerden que estoy intentando hacerlo. 

Pau